No suele mostrarse en la pantalla la vida de las madres que tienen hijes con discapacidades, mucho menos profundizar cómo se sienten y cómo viven esas mujeres que día a día se enfrentan a las dificultades que se relacionan no sólo con criar a sus hijos, sino también y sobre todo con enfrentar a una sociedad que muchas veces discrimina o no entiende o prefiere mirar para otro lado.
La madre de los pingüinos viene a saldar esa deuda y poner en primera plana las historias de esas familias que se sienten solas e incomprendidas, abrumadas por una cotidianidad que no se ajusta a las expectativas propias y del mundo alrededor. Vivir en un espiral constante de altibajos, intentar coordinar sin éxito la vida laboral y el agotamiento físico y mental de sostener una familia neurodiversa.
La serie polaca que se puede ver en Netflix trata especialmente de la discriminación y de la (falta de) inclusión. Todo comienza con el relato de la vida de Kama, una luchadora profesional que tomó notoriedad y hace campañas publicitarias. En el colegio al que va su hijo le dicen que tiene autismo y que sería conveniente que vaya a una escuela especial. Ni siquiera le dan la oportunidad de buscar una maestra integradora, directamente lo expulsan.
Al principio se ve cómo ella no acepta el diagnóstico y asegura que la psicóloga no sabe nada y que su hijo está perfectamente. Pero lo anota en una escuela especial donde se va a encontrar con un montón de otras madres y un padre que enfrentan día a día el mismo tipo de adversidades. Una de las madres es Ula, una influencer, madre de una nena con síndrome de down. Una mujer que por fuera se muestra muy adaptada a la situación, pero que luego va demostrando su vulnerabilidad. También está Tatiana, mamá de un casi adolescente con parálisis muscular pero con una gran inteligencia que le dice a su madre cuando tiene una cita después de años: “tenía miedo que por mi culpa no vuelvas a ser feliz”. Y Jerzy, que es el papá soltero de una niña con una discapacidad que dificulta su desarrollo y requiere mucha atención permanente de sus cuidadores. La mamá se fue porque no pudo enfrentar la situación y la abuela que vive con ellos no termina de aceptar a su nieta.
La serie gira sobre todo alrededor de la situación de la educación y cómo las familias no logran encontrar una institución inclusiva que entienda las situaciones particulares. La escuela especial tampoco está a la altura de estos niños que necesitan apoyo y acompañamiento. Una de las maestras exige que prohíban la admisión a la hija de Jerzy porque no sabe tratarla, lo que deja de manifiesto una serie de problemáticas universales que suceden en muchos lugares del mundo como en Argentina: la falta de capacitación sobre discapacidad de las personas dedicadas a la enseñanza, la falta de inversión para adaptar los espacios a las necesidades de los estudiantes, la burocracia que no deja de poner obstáculos administrativos, la estigmatización y el rechazo social que sufren las madres, en las escuelas, con los profesionales, con sus amistades, familiares y conocidos y en sus propios trabajos.
Las protagonistas no aparecen victimizadas, sino como mujeres valientes, pero agotadas, de hacer todo lo que está a su alcance por el bienestar de sus hijos. El enorme mérito de la serie es mostrar estas realidades adversas que solo conocen las personas que lo viven, poner de manifiesto todas estas circunstancias para invitar a todos a reflexionar sobre lo importante que es para estas familias ser incluidas en las escuelas y en el contexto social en el que viven. También, se destaca la intención de dar cuenta de que enfrentarse al sistema a veces tiene buenos resultados y que vale la pena intentarlo.