En 1933 una foto en la tapa de un diario muestra a una mujer en el Congreso español, esa mujer se llamaba Ángeles Soler y Torres y fue la primera taquígrafa en unirse a esa mesa de trabajo donde se escribe tan de prisa como se habla.
Ahí está Ángeles convirtiendo las palabras en trazos, en abreviaturas, en caracteres poderosos para que ninguna oración quede empantanada y ninguna idea se disuelva en la disputa. Ahí está ella registrando lo que la historia necesitará recordar después. Ahí está su oído entrenado para el dictado rítmico que agrupa los sintagmas primordiales. Que la distorsión no se asome. La traductora de la voz de los otros mira su hoja y transcribe cada una de las frases que suenan en la cámara. Es la llave del archivo, la guardiana de lo dicho.
Con un currículum que premiaba su velocidad y su precisión taquigráfica, había estudiado en Madrid con la profesora Concepción Porcel y había conseguido lo que años antes (las crónicas dicen que fue en 1881), no había podido conseguir otra taquígrafa, María Teresa Vila Sellarés, porque la legión de los caballeros estenógrafos de las cámaras legislativas y demás oficinas públicas no quiso que una mujer demostrara que podía hacer el mismo trabajo que ellos.
Ángeles ejerció su profesión hasta marzo de 1939 cuando la echó el franquismo. ¿Qué iba a hacer una mujer en el Parlamento si para estar en el recinto había que “ser varón”? ¿Quién iba recuperar ahora el temblor de los debates, de los discursos políticos y de los alegatos? “A partir de 1939 la taquigrafía parlamentaria, compañera inseparable de la libertad de las naciones, pierde su esencia en una España sometida a la dictadura franquista y, por supuesto, en este ámbito la mujer pasa a un más que segundo plano” (Doscientos años de taquigrafía parlamentaria. De las Cortes de Cádiz a nuestros días, Ramos Villajos y Núñez Hidalgo).
La importancia de las mecanógrafas en la historia
Unos años después, en 1950, se estrenó en México Nosotras las taquígrafas, una película basada en la novela de Sarah Batiza (México, 1914 – 1981). Sarah era también mecanógrafa y taquígrafa parlamentaria y les dedicó la película a las mujeres trabajadoras: “A todas las que trabajamos (…) cómo se nos critica, y condena y qué poco se nos conoce y se nos comprende ¿Pero, somos tan culpables como a menudo se nos juzga?, o ¿somos inocentes como frecuentemente se duda?”.
Un melodrama mexicano que ahora se disfruta en los festivales de cine y algunas crónicas perdidas que rastrean nombres propios dibujan un mapa de época que se repite. Antes de terminar pienso en Anna Grigórievna Dostoyévskaya escribiendo El jugador, la novela que le dictaba Dostoievski. Gracias a Anna, la taquígrafa con la que se casó después, Dostoievski pudo terminar y entregar la novela a tiempo antes de que por un contrato macabro la editorial se quedara durante años con sus derechos de autor y su dinero.