En nuestro país los elementos del Hip Hop ocupan cada vez más espacios. Los sonidos característicos del Rap e incluso el R&B permean a los artistas mainstream que no forman parte del movimiento pero eligen incluirlo en su repertorio. No se trata solo de un sonido: también observamos cómo ciertas estéticas que históricamente fueron rechazadas, ahora se vuelven tendencia. Las prendas típicas de los 2000 tuvieron un resurgir como así también las durags, trenzas, uñas y demás elementos típicos de una estética negra que durante décadas fue criminalizada, estigmatizada y expulsada de los grandes escenarios. Todo aquello que en algún momento no era aceptado por ese Poder Blanco —corporizado en la industria y los medios de comunicación— hoy sí está bien visto, es utilizado y comercializado sin conflicto.

Con la expresión de los bailes sociales pasa exactamente lo mismo. Las coreografías inspiradas en los estilos del Hip Hop abundan en los escenarios de los festivales más convocantes y en los videoclips de los artistas con mayor visibilidad. Vemos pasos, movimientos y poses reconocibles, que vienen del Breaking, Popping, Locking, o de bailes sociales como el Dancehall que nacieron por fuera de la academia, desde las comunidades negras. Sin embargo, rara vez esos mismos espacios visibilizan los contextos históricos, culturales y políticos de donde provienen.

En la actualidad el Hip Hop pareciera estar presente en su forma, pero no lo está en su esencia. Es decir: está su estética, su ritmo, su lenguaje corporal, pero se vacía su contenido, su raíz. El fenómeno de uno de los movimientos culturales más globales de la historia —como lo es el Hip Hop— ya lleva varias generaciones de existencia en nuestro país. No es nada nuevo. Es un movimiento con historia, con referentes propios, con producciones y códigos desarrollados en territorio local. Hace tiempo dejó de ser “algo de afuera”. Hace tiempo el Hip Hop se volvió tan nacional como el Rock, la Cumbia o cualquier otra expresión cultural nacida de la diáspora africana en América y el Caribe.

Nos encontramos en un momento donde esa explosión del Hip Hop que durante tanto tiempo se anunció, efectivamente tuvo lugar. Pero no se dio de forma homogénea. Apareció en distintos focos, algunos profundamente comunitarios y otros enteramente atravesados por la lógica del mercado. La industria actual ya no repele la estética Hip Hop. Por el contrario: la busca, la adopta y la explota para sacar el mayor provecho posible.

El Hip Hop, como expresión más reciente de la enorme tradición afrodescendiente en toda América y el Caribe, tiene una lógica que excede el entretenimiento. Se basa en el encuentro, en la transmisión de pensamiento, en la construcción colectiva, en la posibilidad de un futuro común. “Each one, teach one” (cada uno enseña a otro), es uno de los lemas fundacionales de este movimiento. Y no surge del azar, sino de una resistencia histórica en el continente. La ronda siempre fue un espacio de encuentro, de celebración, de conspiración y de construcción de un mundo mejor, más justo y realmente libre.

Frente al avance de la ultraderecha y sus discursos cada vez más abiertamente racistas y fascistas, necesitamos más que nunca fortalecer las expresiones culturales que se basan en el cuidado colectivo. Al mismo tiempo, es necesario revisar críticamente cómo incluso dentro del movimiento Hip Hop se ha naturalizado la competencia, la batalla y la exaltación del individuo por sobre otros espacios de encuentro. No todo lo que se presenta como parte del Hip Hop lo representa en su raíz. Y nada más alejado de su esencia que reproducir lógicas de exclusión.

Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar los espacios comunitarios. Los espacios donde se construye con otros, se comparte conocimiento y no se excluye a las mayorías. Espacios de orgullo, memoria, celebración y reflexión. Espacios donde la ronda vuelva a ser el centro. Porque sin ronda no hay transmisión, no hay conciencia, no hay comunidad. Y sin comunidad, el Hip Hop pierde su fuerza transformadora.

*Artista y activista antirracista afroargentino de DIAFAR.