"Gordon" es un libro donde hay personajes complejos, elaborados, multidimensionales, hechos de claroscuros, muy probablemente a la medida de las personas reales que los inspiraron.
Gente que va tomando decisiones y con cada una de ellas va construyendo un destino propio y deslizándose hacia él, de manera lenta pero consecuente. Cada decisión, cada acto de arrojo o miseria, cancela futuros que ya no serán y construye otros que van tomando cuerpo, carne.
Ese es, tal vez, el primer mérito de esta novela histórica de Marcelo Larraquy, un escritor, historiador y periodista que suele visitar los setenta con una mirada extremadamente crítica. El otro es la velocidad con la que fluye todo, tan rápido que el lector a veces se ve en la necesidad de retroceder un par de párrafos o un par de páginas para no perder detalle, porque además, en una sorprendente economía de recursos, no hay detalle qu no recobre sentido posteriorimente.
En Gordon nada está de más, nada obedece a caprichos del autor, sino que todas las piezas están por algo. Todo encaja. A lo Truman Capote en "A sangre fría", Larraquy se preocupa más por construir una narración que por pontificar o dejar un legado moral o político. Ese es el secreto de este subgénero, la non fiction o novela histórica.
Aníbal Gordon, de él se trata, antes de convertirse en una pieza importante del submundo de la inteligencia, fue un ladrón profesional.
Gordon fue eso. Un delincuente, uno muy hábil, que se relacionó con el bajo fondo de la política y terminó trabajando de servicio, primero con la Triple A y luego directamente en la Secretaría de Inteligencia del Estado. Y Larraquy cuenta esa historia con la misma naturalidad con que las olas rompen y luego desaparecen en la playa.
Esa historia que es, en realidad, varias a la vez. La del muchacho de zona norte que sobresale como ladrón por ser más profesional y meticuloso que sus pares, fascinado por los autos, trajes y relojes caros. La de la piba del conurbano profundo que ve en el aparato estatal de inteligencia la posibilidad de la movilidad social ascendente. Y la del otro pibe del conurbano que queda definitivamente roto, marcado, por la muerte de su padre sindicalista en una comisaría de Florencio Varela.
La narración sigue el periplo de Gordon en esos años, del pueblo de Colón, en el norte de la provincia, donde instala a su familia y construye una apariencia de vecino respetable y próspero hombre de negocios, a los distintos puntos del país donde va "a laburar": Bariloche, un pueblito cerca de San Nicolás o, con mayor frecuencia, el conurbano.
El texto visita además episodios como el Operativo Cóndor, en el cual un comando peronista, con Dardo Cabo a la cabeza, secuestró un avión de Austral que se dirigía a Río Gallegos, lo desvió hacia Malvinas e izó la bandera nacional.
Acosta, un personaje que es la mano derecha de Gordon durante el período 1970-1973, fue uno de los protagonistas de ese episodio, que pagó con cárcel y del que le quedó una obsesión: "firmar" sus trabajos dejando una bandera celeste y blanca.
También está la salida de los presos políticos que estaban en la cárcel de Caseros, entre los cuales logró colarse Gordon, en la misma madrugada del Devotazo, en 1973, pero con mucha menos espectacularidad.
Y, por supuesto, el secuestro del presidente de la filial argentina de FIAT, Oberdán Sallustro, a manos del ERP, en 1972, tal vez uno de los momentos bisagra en que la historia termina de torcerse.
La tensión es total, con los secuestradores y los ejecutivos de la automotriz decididos a acordar los términos de la liberación, el dictador Alejandro Lanusse interfiriendo para evitarlo y Gordon, que por una carambola del azar (encuentran en su camioneta una granada perteneciente a las fuerzas armadas que ni siquiera él había robado) comparte pabellón con los presos del ERP, debutando en su rol de buche.
Así, con naturalidad, paso a paso, día a día, los personajes se van arrimando al gran drama nacional que se cocina a fuego lento: los años de la dictadura en que Aníbal Gordon pasaría de la Triple A a ser un jefe y torturador en el campo de concentración conocido como Automotores Orletti. Pero eso el libro no lo aborda. Prefiere dejar al lector con las ganas.