Hace unos días se estrenó en la plataforma Max la película Mountainhead, dirigida por Jesse Armstrong, el creador de la serie Succession. Mountainhead es una comedia virulenta sobre cuatro supermillonarios (hay uno que tiene menos fortuna, pero para mí son todos supermillonarios), que se hicieron ricos con las nuevas tecnologías. Uno de ellos, el más rico y dueño de una red social que ha dado piedra libre a todas las formas de fake news, se parece sospechosamente a Elon Musk, incluso en su polémico vínculo con la paternidad.
Estos cuatro tipos, reunidos en una casa espectacular en medio de montañas de Utha, hablan sin parar (algo similar a los diálogos de Succession), comparan sus fortunas, se dividen el mundo, mientras sus fortunas no paran de acrecentarse. No importa si tienen que recurrir a la mentira, a la destrucción de países o a lo que fuera. Mientras ellos hablan, las pantallas encendidas de televisores, computadoras y celulares les muestran cómo el efecto de sus acciones es devastador para el mundo. La trama principal es el intento de tres de ellos de apoderarse de una aplicación del cuarto que permite distinguir las fake news del mundo real, algo que ellos no están dispuestos a soportar. La película deriva en una comedia no siempre efectiva, pero que no pierde el sabor amargo de lo que plantea desde el principio.
Pero lo gracioso y terrorífico a la vez son las muchas referencias que hay a la Argentina, un país fácil de controlar por estos señores. Especulan con intervenir su economía, hasta se plantean la posibilidad de nombrar a uno de ellos como presidente o poner en su lugar a alguna estrella pop. Patética la recreación del presidente argentino y su entorno pidiendo ayuda a los gurúes tecnológicos.
Durante años tuvimos que soportar a comunicadores y políticos preocupados por la “imagen argentina en el exterior”. Coherentemente, esos mismos personajes evitan indignarse ahora, cuando la Argentina se ha convertido en objeto de burla de programas humorísticos y de películas. Eso es lo que ha construido Milei y proyecta al mundo: un país cuya imagen oscila entre un presidente estafador, un grupo de periodistas y políticos rastreros y empresarios megamillonarios que no pagan impuestos en el país.
Argentina siempre ha sido reconocida en el mundo por sus artistas, deportistas, escritores, científicos, intelectuales, por su cine y sus librerías, por su universidad pública y sus bibliotecas populares. Todo eso vino a arrasar Milei con su plan que se puede resumir así: mentir en todo, destruir todo, robarse todo. La cultura no es ajena en este contexto. Por el contrario, ocupa un lugar central en las acciones del gobierno porque es lo que nos identifica, nos hace sentirnos parte de una comunidad, le da sentido al “ser argentino”.
Podríamos buscar razones personales en el odio de los Milei, de los Caputo y de Federico Sturzenegger en su ataque feroz al mundo artístico, intelectual y científico. Pero eso no quita que haya un proyecto mucho más complejo de arrasar con nuestros bienes culturales. El plan económico de empobrecimiento, la ausencia del estado en temas sociales y sanitarios, el desprecio por la educación pública, solo puede sostenerse con una cultura destruida. Fue el cine argentino el que se hizo cargo de mostrar a comienzos de los años '80 el desastre económico y social de la dictadura; fue Teatro Abierto el que desafió al terror de aquella época; publicaciones como la revista Punto de Vista se postulaban como espacios de reflexión política y las revistas subterráneas se animaban a mostrar la contracultura que desafiaba al autoritarismo. Son solo unos ejemplos de cómo la cultura cumple una función fundamental en tiempos oscuros.
Por un decreto --uno más--, Milei le ha quitado la autonomía a la Comisión de Bibliotecas populares (Conabip), el ente estatal que brinda sustento a más de 1500 bibliotecas comunitarias en todo el país. Lo que era un organismo federal, autónomo y con un fuerte anclaje en el territorio y en la sociedad, ahora forma parte de la bochornosa Secretaría de Cultura, dependiente a su vez del talento intelectual de Karina Milei. Con esta medida, la Conabip se diluye y se convierte en un ente burocrático de control ideológico. Es más: los fondos genuinos con los que se sostenía la Conabip (y que llegaban a las bibliotecas populares) ahora pueden ser usados discrecionalmente para comprarle una nueva cartera a la Hermana, un collar al Perro Muerto o pagar el contrato de la Nueva Novia Oficial.
El control ideológico y la censura de este gobierno se ponen en acción siempre que puede. Representantes diplomáticos se sintieron molestos en privado por una nota de Presidencia de la Nación dirigida a Cancillería avisando que las películas La historia oficial y Puan no pueden ser proyectadas en ningún ciclo ni exhibición por ninguna de las embajadas. Por otra parte, la embajada argentina de China levantó una muestra de arte en la que participaba Verónica Gómez, que supo expresar en sus pinturas de “Las vestiduras peligrosas” el universo terrorífico y patético de Milei y su entorno. No importa que esas obras no fueran las que se exhibieran en China. Había que callar y hostigar a la artista. ¿A cuánto estamos de que Milei salga hablar de “arte degenerado”?
Hace unos días, Milo J recordó en su recital en el Movistar Arena cómo el gobierno nacional prohibió su presencia en el Espacio Memoria y Derechos Humanos de la ex ESMA en febrero. Porque no alcanza con tirar abajo lo que la sociedad argentina construyó en políticas de Derechos Humanos. También quieren que los artistas no se solidaricen, ni hablen.
El presidente está embarcado en una batalla cultural, que desde el campo de la cultura tenemos que entender como parte de una guerra social. Milei y sus perros guardianes (no el difunto Conan, sino Bullrich, Toto Caputo y equipo) van a seguir mintiendo, destruyendo y robando. Atacan al cine, al arte o a la literatura porque nos quiere derrotados, indiferentes, sometidos. Tenemos que hacernos cargo de este presente atroz para que no nos roben el futuro y se lo regalen a esos supermillonarios que nos manipulan desde sus aplicaciones. Lucrecia Martel dio en la tecla cuando en su hermosa conferencia magistral, que brindó en el Malba esta semana, dijo: “Nos toca algo que da mucho trabajo y es muy cansador: nos toca inventar el futuro próximo. Tenemos que inventar el futuro, así como hicieron Julio Verne o Philip Dick, que nos abrieron los ojos. Yo les propongo inventar un futuro que nos guste, un futuro que no sea solo el apocalipsis, de la proyección de la tecnología hacia el futuro. Tratemos de imaginar o inventar el futuro ya. Es urgente. Si están haciendo música, inventen la música. ¿Están haciendo educación? inventen la educación. Están haciendo cine, inventen el cine. Hay que inventar de cero”.