Norma Naharro es antropóloga y profesora consulta de la Universidad Nacional de Salta, jubilada pero en constante actividad, trabaja desde hace más de 30 años con las comunidades originarias del Chaco salteño.

A pesar de haber indagado en diferentes temáticas hay un tema que, como ella misma comenta, siempre le llamó la atención: son los particulares nombres y apellidos asignados (y sus significados) a muchos de los pobladores de la región del Gran Chaco.

“Si bien hay algunas cosas escritas, nunca leí que se haya hecho un trabajo genealógico en relación a los nombres, lo que sí puedo decir es que a mí también siempre me ha llamado la atención y estuve indagando”, comienza su relato la antropóloga salteña.

Remarca que “tiene que ver con las campañas de documentación que hacía el Estado, donde se mandaban empleados del Registro Civil a documentar a la población indígena del Chaco porque no tenían documentos, no estaban incorporados como ciudadanos al Estado Nacional. Las primeras campañas han sido con el gobierno de Perón a fines de la década del 40”.

(Imagen: gentileza Javier Corbalán)


El documento en la época de Perón tenía un peso muy grande, era poder participar en las elecciones, en la ciudadanía, pero también derechos de los trabajadores, porque según relatan, Perón va al ingenio y constata que había mucha mano de obra de indígenas chaquenses que no tenían DNI, y por eso se les pagaba mucho menos, porque no tenían ningún derecho. Entonces ahí empiezan las primeras campañas de documentación”.

Naharro resalta que “En estas campañas estaba prohibido, por ley del Estado, poner nombres que ellos denominaban extranjeros, una ley que estuvo vigente hasta casi finales del siglo XX. Había un listado de nombres de origen español que eran los que autorizaba el Estado a ponerle a los ciudadanos argentinos”.

“Por ejemplo”, agrega la antropóloga, “Si querías ponerle a tu hijo Nahuel, no estaba en el listado. Entonces había que hacer toda una serie de trámites con documentación y diferentes presentaciones, para que autoricen a poner un nombre indígena, que dentro de la lógica del Registro Civil era considerado extranjero, ¡qué paradójico!”.

Estas campañas consistían en que empleados del Registro Civil se trasladaban a la zona y emitían los documentos, por supuesto, con nombres de origen español y con apellidos de origen español. Entonces hay muchos Pérez, muchos García, muchos apellidos españoles, pero no hay apellidos, por ejemplo, en idioma, que en la zona andina se encuentran Mamaní, Quipildor, que son apellidos en el propio idioma, acá no, en realidad no existe la noción del apellido. O también pasa esto de usar el apellido de alguien de una ONG, por ejemplo, hay algunos Adolfo Pérez que remite a Adolfo Pérez Esquivel, porque en determinada época Pérez Esquivel estuvo en la zona”.

Continuando con esta idea Naharro reseña: “La mayoría de los apellidos los inventaba el empleado del Registro Civil, y ahí la gente cuenta que le ponían, en algunos casos, el lugar que ocupaban en el orden de la fila”.

Un autor que abordó bastante la temática es el antropólogo Gastón Gordillo, quien en su libro “En el Gran Chaco”, escribe: “La selección de nombres en castellano solía ser el resultado de los caprichos del empleado a cargo de registrarlos en una planilla. Ello hizo que muchos wichí y tobas fueran nombrados en base a figuras de la historia argentina (Larrea, Saavedra, Moreno, Estrada) o según criterios más crudos y despersonalizados, como su ubicación en la fila (Primero, Segundo o Tercero). En casos como estos, el nombrar era otra forma de reificar a los aborígenes como objetos maleables y manipulables, cuya nueva identidad resultaba de la imposición sobre ellos de la historia nacional o de su reducción a marcadores cuantificables (…) en todos los casos, hombres y mujeres terminaron con dos nombres personales: un nombre indígena y un nombre y apellido en castellano”.

(Imagen: gentileza Javier Corbalán)


Continuando en esta línea de reflexión, Norma Naharro cuenta: “hasta encontré personas nombradas como Séptimo. También algunos se ponían de manera bastante cruel. Por ejemplo, viejitos que se llamaban Domingo Faustino Sarmiento, otro que se llamaba Julio Argentino Roca o Manuel Belgrano, cosas que ellos consideraban divertidas. Me imagino a alguien dándole un documento a una persona indígena, que es sobreviviente de una masacre, y poniéndole Julio Argentino Roca, es un sarcasmo bastante cruel”.

“Incluso hay algunos nombres tremendos, hablando de crueldades, una señora que la habían asentado en el Registro Civil como Demencia… hay que tener humor negro, por ser leve, para ponerle Demencia a una persona”.

Otro de los “abusos” de los agentes estatales, tenía que ver con la manera en que se registraban las edades. “La gente no registraba el año ni la fecha de nacimiento, entonces en estas campañas se pone un aproximado, o incluso se hace una partida de nacimiento para darle el documento. Entonces la edad es aproximada y a veces diría muy arbitraria. Hay gente que a simple vista uno se da cuenta que debe haber tenido unos 20 o 30 años y la asentaron como si tuviera 7 u 8 años”.

“Todo esto no sé si es parte de la crueldad del sistema, del racismo de muchos funcionarios disfrazado de humor o sarcasmo, o simplemente ‘incapacidad’ de los funcionarios que fueron al territorio”, señala la investigadora. 

El significado de los nombres

En cuanto a los nombres, más allá de los impuestos por los empleados estatales, “La mayoría de estas personas tenían el documento con su nombre estatal, pero tienen su nombre en idioma propio, y entre ellos se mencionan de esa manera, con su propio nombre”. 

“En la actualidad todavía hay gente joven que tiene su nombre en idioma y el nombre del documento. En general la gente sabe qué nombre figura en el documento y cuál es su nombre propio en lengua indígena, que muchas veces no les gusta compartir porque en algunos grupos ese nombre tiene cierto poder; si alguien te quiere hacer daño, por ejemplo, tiene que saber cuál es tu nombre en idioma y no el nombre del DNI”, remarca Naharro.

(Imagen: gentileza Javier Corbalán)


“Esto uno lo va encontrando en las comunidades más alejadas de las áreas urbanas, porque los que están en las áreas urbanas ya tienden a utilizar solamente el nombre y apellido del DNI”.

Por cierto, “el nombre en idioma tiene alguna connotación, transmite ciertas propiedades a su personalidad o a su vida. Hasta el día de hoy sucede, no en todas, pero sí en las más tradicionales, que aparece esta idea de los dos nombres en paralelo”.

Este nombre en lengua, que se confía solo a unos pocos, aparece entonces como una manera silenciosa pero efectiva de resistencia hacia el hombre foráneo que tanto “manoseó” su identidad con prácticas colonizantes y, en muchos casos, burlonas y cosificantes.

A pesar de tantos años de constante intervención, cierto es también que, tal como sucede con su nombre en idioma, las poblaciones originarias de la zona resisten en silencio y sin pausa a los embates recibidos en un proceso de constante imposición cultural que lleva años actuando en el territorio.