El domingo en que se escribe esta nota –Día del Padre y a la vez celebración de la Madre que es Cristina Kirchner para millones de argentinos/as– el mundo está convulsionado como nunca antes, por lo menos en lo que va de este Siglo 21. Dos potencias bélicas cuyas religiosidades parecen odio puro –Israel e Irán– se bombardean y amenazan ante la sospechosa conveniencia estadounidense, cuyo presidente (Donald Trump) es –como su colega argentino (Javier Milei)– un dechado de desequilibrio e inconfiabilidad.

Ambos sobrados de lecturas de Adolf Hitler –como puede comprobarlo fácilmente quien venza la repugnancia de leer ese Tratado de Odio y Resentimiento titulado Mein Kampf (Mi lucha, en la lengua de Gutenberg, Lutero, Marx, Kant, Beethoven, Nietzsche y Einstein, por lo menos) es pertinente, y recomendable, para entender que es muy probable que el caudal electoral de Trump no haya disminuido, pero eso no garantiza que en algún momento no se desplome. Las acciones que la administración Trump ha emprendido desde el primer día de esta segunda presidencia están tan impregnadas de equívocos que resulta difícil observar lo que se está ganando. Porque Trump viene batiendo records en saltarse reglas institucionales.

En las protestas callejeras, particularmente en Los Ángeles, la gran mayoría de los manifestantes enarbolan la bandera mexicana, y hay quienes recuerdan que en su fase expansiva imperial, entre 1846 y 1848, Estados Unidos invadió México y se apropió de una cantidad importante del territorio mexicano. Y cuyo rencor nunca fue curado, ni disminuido, y sólo se contuvo recibiendo más y más millones de trabajadores que hoy son casi los únicos que hacen los trabajos más sucios y mal pagados.

Barba en su notable artículo dice que en 2021 –hace sólo 4 años se estimaba que en los Estados Unidos había más de 10 millones de indocumentados de diversas nacionalidades, entre ellos 4,1 millones eran mexicanos y 2,2 millones provenían de Centroamérica, Y esos solos datos explicaban un malestar que ante el primer ataque podrín desatar violencia extrema. Como sucedió con los inmigrantes indocumentados mexicanos y centroamericanos como ahora mismo en la ciudad de Los Ángeles.

¿Es un asunto de seguridad nacional como lo ha querido 'vender’ Trump? No parece, porque enviar a miles de miembros de la Guardia Nacional y a centenares de marinos ha sido más un acto de prepotencia y exageración, muy al modo Bullrich, diríase aquí. E incluso la amenaza de encarcerlas al mismísimo gobernador del estado de California es, de hecho, dice Barba, “una desubicación política inmensa o, aún peor, una muy peligrosa provocación”.

Y más aún si se recuerda que las amenazas son un estilo ya habitual en la retórica del presidente Trump, quien hace sólo dos días –justo el pasado 14 de junio– cumplió 79 años no del todo celebrados a causa de su intempestiva ruptura con el multimillonario Elon Musk, opina esta columna, quien según medios centroamericanos le habría advertido que si cambiaba de bando “sufriría graves consecuencias”. Amenaza insólita hacia un presidente norteamericano, a menos que se sienta o crea ser un emperador romano o un nuevo Hitler. y que se suma a la larga serie de actos despóticos que –en palabras de Barba– “estarían indicando que la camisa de fuerza constitucional de Estados Unidos le aprieta el cogote y quiere zafarse de eso”.

Lo cierto es que la corriente anti inmigratoria ya es un hecho y es visible, o notable, en la vida política norteamericana. Donde a los acontecimientos y represiones de Los Ángeles hay que sumar que en su segunda presidencia, Trump tiene tres características: implementar medidas gubernamentales excesivas, confrontar con casi todos (internos y externos) y partir de algunos presupuestos infundados.

El espectáculo político y social norteamericano es, en estos días, sorprendente. Y no sólo por el show Trump-Musk sino porque los grandes poderes económicos estadounidenses aspiran a ubicarse de modo hegemónico en la economía mundial. Donde el problema no necesariamente es el Sr. Musk sino el modo –el estilo– violento de Trump, que no admite negativas. De donde es probable que el caudal electoral de Trump no haya mermado tanto, pero la inestabilidad al interior del gobierno ya es un hecho y nada garantiza que nada se desplome. Las acciones que la administración Trump ha emprendido desde el primer día de esta segunda presidencia están tan impregnadas de equívocos que resulta difícil observar lo que se está ganando. Aunque es claro que la gran pérdida de Estados Unidos es la estabilidad política interna.

Como fuere, es indudable que esta segunda presidencia de Trump está hoy signada por su intestabillidad emocional, y esa especie de pasión íntima por jugar con fuego y siempre al límite. Los asesinatos masivos de palestinos en Gaza y las justificaciones extravagantes de Trump, delatan su posición deshumanizada. Como sostiene Barba: “Los Estados Unidos podrían detener ese genocidio en Gaza, pero no lo hacen. Le están dando tiempo al ejército israelí para que acabe con los palestinos. Ese es Trump, un manojo de desaciertos”.

Lo único y mejor que se lee en el panorama –evalúa esta columna– es que la violencia callejera en Los Ángeles también confirma que Trump –involuntariamente– ha logrado despertar la conciencia crítica de gran parte del pueblo norteamericano.

Hay que destacar en este punto lo fenomenal que ha sido, en Buenos Aires, el impresionante gesto cívico de decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas que se acercaron al departamento de Constitución donde CFK recibió tres días de amor, agradecimiento y solidaridad hasta que más allá de todo se impuso la horrible información acerca de su próximo, inminente encarcelamiento. Fue un show feliz mientras duró —3 o 4 días con sus noches– hasta que la ferocidad de la renegada memoria de la ministra y ex guerrillera Bullrich irrumpió en su estilo feroz y a lo macho, para impedir la amorosa despedida de millares de agradecidos ciudadanos/as a la ex presidenta, cerrándose así un episodio nacional que quedará en la memoria de millones de argentinos y argentinas. Le guste o no a jueces, políticos y cacatúas de la infame telefuria porteña.