En Flores muertas hay tres madres y tres hijxs, mucho drama y bastante humor, escenas que transcurren en Barcelona y situaciones que se desarrollan en Buenos Aires, mambos vinculares con densidades variopintas y un gran abanico emocional que los seis actores despliegan con ajustada destreza: Matilde Campilongo, Yanina Gruden, Aldana Illán, Sergio Mayorquin, Juan Tupac Soler y Liliana Weimer. Esos elementos remiten al espíritu almodovariano que alguna vez impactó a la dramaturga y directora Natalia Villamil, quien decidió homenajear al español en esta pieza que puede verse de jueves a domingos a las 21 en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815).

"Yo soy fan de Almodóvar y me fanatizo con la obra de alguien por todo lo que produce en mí. En este caso, Todo sobre mi madre", confiesa la autora en diálogo con Página/12. En algún momento se preguntó cómo sería hacer una versión teatral de aquella película, pero inmediatamente descartó la idea por la cuestión de los derechos y la complejidad de la puesta. En el proceso de escritura empezaron a aparecer algunas imágenes que tenían que ver con otras películas de Almodóvar, entonces decidió crear un sistema que oscilara "entre el humor y el drama, lo sórdido y el amor, la presencia y la ausencia; ahí aparecieron cuestiones como el incesto, las adicciones, lo excesivo de los vínculos".

La obra de Almodóvar cruza todo el tiempo esas coordenadas: por un lado, extrema las situaciones; por otro, esquiva los lugares comunes y crea algo sumamente original en el campo del melodrama. "Mis obras son muy densas en cuanto al drama y yo me considero una persona con humor –explica Villamil–. Acá quise explorar algo de eso y encontré la clave en esta idea coral: hay muchos personajes y cada uno despliega algo distinto". Casi al modo de Elige tu propia aventura, el espectador puede decidir desde qué punto de vista transitará ese viaje. Una construcción que es muy cinematográfica.

–La sala Orestes Caviglia presenta varios desafíos por sus dimensiones y por la disposición de la platea. Los elencos deben trabajar con la cercanía del público y hay que pensar piezas de cámara. ¿Cómo fue?

–Cuando entramos al Cervantes ya sabíamos que íbamos a esa sala. Rodrigo González Garillo (escenógrafo) ya había trabajado ahí y me decía que era un desafío para la dirección de actores; además, si la gente quiere irse tiene que pasar por la casita, no hay escapatoria. El tema de la iluminación también es importante; acá la hizo Matías Sendón y la platea sí o sí queda iluminada por esa cercanía. Nosotros trabajamos con los tres frentes y fue un desafío porque estamos acostumbrados a ver la escena de una manera, pero acá había que pensar todos los ángulos posibles. La semana pasada la vi desde el costado y es fantástico cambiar de perspectiva.

La obra se estructura en siete escenas y dos bises. Las dos primeras transcurren en Barcelona y están teñidas del aura almodovariana en términos estéticos y narrativos: además de la escenografía y las luces, Paola Delgado diseñó un vestuario compatible con ese universo y Guadalupe Otheguy hizo covers y creó junto a Manon Minetti una composición sonora que contribuye a esa construcción. El inicio está protagonizado por la dupla Illán/Mayorquín (madre/hijo) y deja planteada una línea narrativa que se retoma al final. La segunda parte transcurre en Buenos Aires, en el bohemio barrio de San Telmo con las duplas Campilongo/Soler y Weimer/Gruden. Villamil explica que en el proceso hubo una intención clara de dialogar con el universo de las películas: "Las luces remiten a lo cinematográfico, el armado de la escenografía podría ser el de un set de filmación y estos personajes están adentro de una peli".

En relación a los personajes, la autora admite que en sus obras siempre sufren. "A mí me encanta Sara Gallardo y ella habla de que sus personajes tratan de estar mejor. Me gusta establecer la idea de que van a poder salvarse", dice. Otro tópico que suele repetirse es el de la maternidad: "Me interesa mucho hablar de esto. Rota es una obra que habla de la madre de un femicida, esta es la segunda en la que abordo el tema y hay una tercera que todavía no se estrenó. Me gusta mucho explorar esos vínculos y sus derivados. Yo pensé en tres hermanas y el desafío era que cada una tuviera su singularidad. En la puesta eso se puede construir desde los cuerpos, pera al leerla tenían que diferenciarse bien".

A la hora de elegir el elenco, la directora debía pensar en actores y actrices que pudieran navegar las aguas del drama y la comicidad. Hoy asegura: "El elenco es increíble pero eso lo ves después, nunca se sabe. Hay cosas que ya vienen dadas por la calidad actoral de ellos y otras se pueden trabajar. Yo soy una optimista del trabajo. En ese sentido, está bueno haber escrito la obra porque sé a dónde quiero llegar y también sé lo que no quiero. Tengo que decir que los vuelvo locos (risas). En la obra había que ajustar eso de manera muy fina: el sufrimiento no tiene que estar velado por la comicidad y la comicidad no debe estar empañada por el sufrimiento. Es una obra muy difícil y tiene muchas posibilidades de desajustarse, entonces debe haber cierta disciplina para poder mantener lo que trabajamos durante tanto tiempo".

–Acá hay madres e hijos pero en todos circula una energía femenina, una nueva masculinidad. Quienes están aludidos (los padres, el hermano muerto) pertenecen a la cultura patriarcal pero los jóvenes traen algo nuevo, ¿no?

–Eso fue una intención. Me interesa hablar de las mujeres y, a diferencia de los hombres de mis obras anteriores, no están tan demonizados. Yo confío mucho en los personajes masculinos que escribí para esta obra. Su sensibilidad fue un hallazgo porque no los conocía como personas, sólo como actores. Hay algo entrañable en estos personajes y eso se traduce en el abordaje, el entendimiento y la interpretación de los actores. Yo tenía claro que quería explorar una reivindicación del nuevo rol masculino que pretendo para la vida de las mujeres y los hombres que habitan este patriarcado. Los hombres que anteceden a esas mujeres son machistas, pero hay una esperanza en las nuevas generaciones y en sus vínculos con esas madres. Es una generación que se salva por el hecho de ser sensibles.

–Sin spoilear demasiado, el monólogo final es muy impactante por el clima que genera y por el modo en que esas historias encuentran su cierre. ¿Cómo lo trabajaron?

–Pedro es la tesis de la obra y Sergio es un sensible. Él está en las primeras escenas, después no aparece más y cuando entra de nuevo es mágico. Yo escribí ese monólogo como una carta y fue complicadísimo. Al escribir en ese formato te dejás llevar por la emoción, pero después alguien lo tiene que actuar, tiene que armar una convención y debe funcionar. Trabajamos hasta último momento por el peso que tiene el monólogo, por lo que dice y por su estado. Sergio hizo una gran construcción del personaje y tratamos de correrlo del típico consumidor; él hizo esa propuesta y yo me enganché. No era necesario que esa dimensión estuviese por delante porque son estereotipos que vimos mil veces. Esa convención final se termina de armar en el diálogo con las dos primeras escenas que remiten a la película y funcionó de manera entrañable. Hay cosas que aparecen en el trabajo con los artistas y son increíbles.