L’addio - 7 puntos

(Argentina, 2024)

Dirección y guion: Toia Bonino.

Duración: 71 minutos.

Estreno en Cine Gaumont y Espacios INCAA.

“El nonno quiso que lo veláramos con una camisa negra. Ese fue su último deseo”. La voz en off de Toia Bonino, la directora de Orione y La sangre en el ojo, abre con esas exactas palabras su último largometraje, un ensayo documental en primera persona atento al devenir generacional de su familia. Hacia el final se revelará que las imágenes de la preparación del cadáver para las ceremonias fúnebres son una recreación ficcional con un actor perfectamente inmóvil, una de las múltiples estrategias que la realizadora utiliza para narrar hechos, anécdotas e impresiones muy verídicas. 

L’addio –título cuyo significado es polisémico: las despedidas podrían ser muchas– parte de un secreto a voces presente en la genealogía de la cineasta: su abuelo había formado filas en los peldaños más elevados del gobierno fascista, como lo confirman media docena de negativos que lo muestran abrazándose y besando a Benito Mussolini. Aunque de eso, desde luego, no se hablaba en las reuniones familiares; ese señor mayor era simplemente eso, un abuelo casi siempre amable.

L’addio echa mano a una buena cantidad de material de archivo familiar, recuerdos visuales en formato de Super-8, VHS y fotográfico, pero Bonino además intercala –siguiendo las reglas de la práctica del found footagefragmentos de películas populares. Recurrencia: el rostro angelical de Shirley Temple en la versión de Heidi de Allan Dwan, la niña abrazada al abuelito, siempre sonriente. En tiempo presente, la realizadora registra momentos cotidianos y, en particular, intenta conversar frente a la cámara con su hijo adolescente, aunque con escasa fortuna. En paralelo, el montaje vuelve a confirmar la filiación política del bisabuelo de ese joven: poco después de la caída del régimen del Duce escribió un libro de memorias titulado Mussolini mi ha detto, que llegó a ser editado en la Argentina, aunque en idioma italiano. La voz en off regresa: “Mi abuelo Antonio fue secretario del Partido Fascista italiano. Una contraorden lo salvó de morir colgado junto a Mussolini en la plaza de Milán. Mi abuela no supo de este cambio y fue a la plaza a buscarlo entre los cadáveres. Cuatro años después emigraron a Argentina”.

Con secuencias que elaboran imágenes y sonidos para construir una suerte de collage audiovisual –el trabajo de montaje sonoro es notable; voces, sonidos y la música de neto corte ambient de Santiago Pedroncini–, el film parece decir que la familia está bien, gracias, pero que en la transmisión de conceptos y construcciones personales y sociales la cosa se pone un poco más espesa. No es casual que Bonino utilice un par de planos de La familia Ingalls para refrendar los modos en los cuales los varones de su clan fueron educados. 

Más allá de las tragedias, de las muertes antes de tiempo, lo que permeó a través de las generaciones fue una construcción de lo masculino sino totémica al menos férreamente tradicional. Pero L’addio no juzga ni injuria, apenas describe y se hace preguntas cuyas respuestas seguramente no sean sencillas. La realizadora no saca los trapitos sucios al sol como forma de exorcismo, pero sí los expone para intentar comprender un poco mejor el legado de sus antepasados. Que esa trama íntima tenga alcances universales, que pueden ser cotejados por cualquier espectador, es su mayor potencia y virtud.