En su editorial en la 750, Víctor Hugo Morales repasó algunos de los hechos políticos más oscuros de la historia argentina, del fusilamiento de Dorrego al bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955, los fusilamientos y la represión ilegal durante la última dictadura, y construyó un paralelismo con la persecución judicial contra Cristina Kirchner.

El editorial de Víctor Hugo Morales

Fusilaron a Dorrego.

Lavalle arrastró por siempre en su conciencia el crimen al que lo indujeron los nombres de calle de Agüero, Álvarez Thomas, Alsina y Díaz Vélez. Juan Cruz Varela mandó una carta a Lavalle, pero él le dijo: “Cartas como estas se rompen”.

Le tenía miedo a la historia, quizás, pero no se entiende por qué. La suerte de Salvador María del Carril, gran inspirador del asesinato, lo demuestra. Fue vicepresidente de Urquiza y ministro de la Corte Suprema de Mitre. Tal el castigo.

Lavalle tiene su monumento frente a la casa que fue de los Miró. Una sobrina de Dorrego era la esposa, y cerró las ventanas que daban a la Plaza Lavalle para siempre. Fue el único perjuicio. Ese, y su problema de conciencia.

Lanzaron esas bombas que escuchábamos sobre la Plaza de Mayo y asesinaron a cientos de argentinos, con la complicidad de la Iglesia. Destacaban varios apellidos del golpe del ’76. Estaban haciendo calentamiento para el festival de sangre, muerte y desapariciones de 1976.

El ataque iba a suceder a las 10, pero las nubes estaban bajas. Recién después del mediodía iniciaron las acciones, y a esa hora, en línea, un avión detrás del otro, cinco Beechcraft y, lanzándose en picada, veinte North American AT-6, lanzaron las primeras toneladas de bombas sobre los compatriotas, que al principio miraban el cielo creyendo que había un desfile aéreo. Desfilaba la muerte.

Perón evitó una masacre aún peor en número, oponiéndose a la decisión de la CGT de ir a la plaza. “No quiero sobrevivir sobre una montaña de cadáveres de trabajadores”, dijo. “Ni un obrero a la plaza”, proclamó.

Entre las obras que evocan el episodio, recomiendo Bombardeo del 16 de junio de 1955, de Colihue, con relatos estremecedores y prólogo de Eduardo Luis Duhalde.

Fusilaron en el ’56, en José León Suárez, de forma ilegal y clandestina.

Fusilaron tres días más tarde al general Juan José Valle y a otros militares y civiles, en la cárcel de Las Heras, entre Juncal, Salguero y Coronel Díaz. Los responsables: Aramburu y Rojas.

Cuando Cristina Fernández dice “soy una fusilada que vive”, tiene razón.

El pelotón que la espera el miércoles tiene a Lavalle, Rojas, Aramburu, Luciani, Rosatti, Rosen-“Beechcraft”, Lorenzetti y los civiles mafiosos que siempre estuvieron y están, dando manija y ocupando el aparato judicial.

No hay un ser moral entre los que justifican el fallo de la Corte. Periodista o ciudadano común.

¿Aceptaría algún lector que, si alguien lo denuncia —digamos Macri—, sea el que pone los jueces del primero al último, es decir, todos?

Dorrego fue el primer colectivista que mataron. La grieta se abría para siempre.

Es una herida como la rajadura de la tierra en un terremoto. 

Una tragedia en pasado continuo, una crueldad que no cesa.